Profesionalización (o de cómo deshacerse de un cliente incómodo).

Hace un rato me llamó un cliente que no lo hacía desde hace como ocho años. Le doy la etiqueta de cliente, porque en su momento solicitó de mis conocimientos y mi tiempo para que le resolviera en su casa en construcción una o dos (o tres, o cuatro o cien) dudas “técnicas”, a cambio del pago de -tal vez- trescientos pesos por una hora (o dos o tres) de asesoría. La operación se repitió en quizá una decena de ocasiones.

El negocio dejó de ser negocio cuando el tipo comenzaba a saturarme vía whatsapp con fotos (muchas) de opciones para su puerta principal, el tono del color del piso cerámico, o bien, infinidad temas de acabados donde, a razón de una obsesiva y muy indecisa personalidad, requería que alguien “más capacitado” le ayudara a dar siguientes pasos.

Como era de esperarse, opté por enfriar diplomáticamente la comunicación, hasta que mi cliente dejó de insistir. Sú método le resultaba a todas luces lucrativo, ya que -disfrazando de camaradería una charla por mensajes- se podía ahorrar los trescientos pesos que costaba mi visita.

Me alegré de terminar con tal relación comercial. Porque aunque las cosas se hubieran dado conforme a lo planeado (o sea, más allá de cualquier actitud ventajosa de su parte), haber intercambiado mis visitas por su dinero no me resultaba en nada gratificante porque se me utilizaba simplemente para resolver asuntos de mera -y frívola- apreciación, a causa de la enfermiza personalidad indecisa del susodicho. Por ponerle a usted un ejemplo, podíamos pasar dos horas en su azotea, a rayo de sol, para que él decidiera a base de largas conversaciones e intercambios de fundamentos dónde colocar una maceta cargada de hierbabuena.


Ahora que recibí su llamada -y posterior a que él forzara una charla rompehielos, haciéndome saber que ya no saludo a los mortales en el café de siempre, desde que salgo en las revistas empresariales de la localidad- le escucho decir (como quien llama para promover un negocio muy jugoso) que tiene un terreno en una zona suburbana, y que no sabe si poner ahí unos locales comerciales o bien, un vivero para venta de especies vegetales mientras los temas de drenaje y pavimentación se regularizan en las inmediaciones.

Su explicación fue como siempre tan larga, confusa y llena de detalles irrelevantes, que -por todo lo anterior-, intuí que estaba en búsqueda de sacarme información u opiniones a partir de una posterior visita al sitio a razón de trescientos pesos por mi tiempo.

Le dije que ya no opero así. Que desde que tengo una empresa de diseño, y unos socios a los cuales responder financieramente y con eficacia, para tales casos suelo recomendar un servicio profesional que está en nuestro menú. Se trata de un estudio de factibilidades normativas, técnicas y financieras.

Le invité a solicitarme una cotización al respecto, y a que, en el caso de que esté conforme con los costos y los alcances, diéramos paso a elaborar un documento técnico que le ayudase a tomar sus decisiones de manera responsable.

El hombre me dijo que lo pensaría, pero nunca volvió a llamar.

Alberto Sánchez López / Arquitecto & Partner STVX