La neurosis colectiva provocada principalmente por una insatisfacción existencial profunda (a todas luces ¿quién se puede sentir satisfecho e integrado a una comunidad si su única programación lo etiqueta como consumidor de primera, segunda o tercera clase?) nos debe llevar a poner atención en los sistemas de creencia redactados en un pasado que ya ni siquiera tiene vigencia.
La tecnología nos enseña con premura que ya no es necesario organizar las ciudades en torno a los centros de trabajo, porque cada vez es más natural y conveniente colaborar remotamente, desde casa o de algún lugar que facilite la conectividad. Las jornadas laborales se disuelven en cantidad y rigidez a razón de que ya no es la máquina la que dicta los horarios de trabajo. La fábrica de antaño tenía como corazón operativo el equipamiento mecánico, pero hoy en día son los robots y las computadoras los que vigilan y gobiernan al sistema cardiovascular de la fábrica.
Los seres humanos estamos ahora encaminados a producir ideas, ello conlleva a tener como herramienta principal el cerebro y ya no las manos. El cerebro, que es por cierto el órgano humano con mayor nivel de evolución en los últimos tiempos, requiere maneras más fluidas, orgánicas y mucho menos mecanizadas para trabajar adecuadamente, y se sabe que exige un entorno físico y emocional –digamos medioambiental- mucho más propicio que lo que brindaban los centros de trabajo de hace apenas unas décadas.
Por otro lado, hoy producir conlleva a su vez una holística conciencia y un nítido y riguroso conocimiento de sus consecuencias, para así calcular el financiamiento que el planeta brinda generosamente a los seres vivos que pretendemos con su patrimonio hacer más cómoda nuestra estancia, para que la paga de vuelta sea, si bien paulatina, justamente equitativa además de que garantice el digno paso por aquí de aquellos que todavía no llegan.
Alberto Sánchez López / Arquitecto & Partner STVX