Sería irresponablemente parcial aseverar que la arquitectura tiene como tarea exclusiva el estilizar la vida de los seres humanos. Es más, considero que no existe definición más frívola que ésta acerca del oficio al que he dedicado las más horas de mi vida.
La arquitectura se encarga de darle significado al arte de habitar. De hecho, con esto quiero decir que la arquitectura no es un arte por sí misma, sino que funge como facilitadora para que el arte se dé en el acto de habitar el mundo.
A razón de este ideal, para que la arquitectura haga su trabajo deben existir por parte de los hacedores de ésta muchos momentos de observación y reflexión previa al acto de proyectarla. Hoy en día por ejemplo, uno de los más grandes retos que la disciplina asume es el de entender la multiplicidad de tareas que una persona realiza en su vida diaria, y por tanto, en el espacio habitable.
Como bien intuye usted al dar lectura a los textos de este blog, es de mi preferencia enfocar una cosmovisión actualizada a partir de una inicial revisión de algunos otros momentos de la historia del pensamiento y del quehacer humano. Voy a esto:
En los siglos previos a la era industrial, una persona era asignada -por decisión propia, o por la de alguien más- a la realización de una sola tarea dentro de su comunidad, costumbre que se consolidó con el encumbramiento de la economía como ciencia mater en el auge de la industrialización, asignando precio a la hora/hombre mientras éste -el hombre, o bien, la mujer- garantizara ser competitivo en una tarea específica.
Pero la tecnología también vino a cambiar eso (digo ‘también’ porque ya de por sí ha venido a cambiar muchas cosas). Hoy las máquinas están supliendo a la mano de obra humana, y la industria manufacturera está mutando a la de las ideas.
Eso atañe directamente al hábitat humano, y por ende a la arquitectura. Los espacios deben ahora estar preparados para muchas versiones de sí mismos. Dormir, comer, cocinar, trabajar, recibir visitas, tener conferencias a distancia, jugar, conversar, asearse, ejercitarse, intimar, todo ello se puede hacer -y hacer con arte- en veinte metros cuadrados, si la pericia del arquitecto así lo promueve.
Alberto Sánchez López / Arquitecto & Partner STVX