Si comer, dormir, darse un baño, conversar entre familia, recibir visitas, cocinar, resguardarse son actividades propias del acto universal del habitar humano, el siglo XXI ha demostrado nuevamente que no todo está dicho en éste como en ningún otro campo.
Por poner un ejemplo nada despreciable, hasta hace dos décadas el ser humano habitaba su casa y trabajaba en un local diferente. Dicha rutina le hacía separar su vida productiva de la privada. Lo social de lo íntimo. Todo era fácil de categorizar.
Hoy esas fronteras se van borrando a velocidades impensables. La era post-industrial y la de la tecnología –en franco nacimiento, de ser precisos- nos confrontan a los paradigmas que rigieron nuestros comportamientos con respecto a la arquitectura. Es muy fácil soñar si se tiene la creatividad enfocada, en cómo se habitará en un futuro ya no lejano.
Los futuristas de hoy, los de rigor, los que pretenden alejarse de la trillada distopía y del apocalipsis programado, saben que son propensos a acercarse demasiado al presente próximo en cualquiera de sus elucubraciones. La tecnología nos sorprenderá cada día, eso no es materia de duda.
El reto de habitar hoy consiste en recobrar lo humano. Es decir, todo aquello que “la máquina de habitar” -invento refrescante del siglo XX- olvidó en aras de transformarnos en ‘dispositivos para producir’. Aunque siendo honestos con todo lo que ya sucedía antes de que la vorágine industrial nos tragara, quizá valga mejor decir Re-descubrir.
El encuentro, la conversación con el vecino, el saludarnos y desearnos las buenas noches recordando nuestros nombres y los del piso de abajo. El propiciarle a nuestros hijos una niñez plagada de aventuras fantásticas y de juegos en compañía, el enseñarles con el ejemplo que es importante convivir con el de al lado y con el de enfrente. El transmitirles la importancia de la práctica de la política, de la negociación, de la tolerancia.
La arquitectura –la nueva- tiene al respecto mucha tarea por delante.
Alberto Sánchez López / Arquitecto & Partner STVX