La revancha de la vivienda colectiva.

Bastó el siglo pasado para entender que las buenas intenciones, obsesivas modulaciones y estandarizaciones de proceso constructivo, o diferenciaciones de calidades y apariencias en los acabados de una vivienda no resultaban suficientes para los reales retos de hábitat colectivo.

El siglo XX, cúspide del pensamiento moderno, fracasó en gran cantidad de intentos por sembrar la semilla de la vivienda colectiva como la opción más viable.

El siglo XX, cúspide del pensamiento moderno, fracasó en gran cantidad de intentos por sembrar la semilla de la vivienda colectiva como la opción más viable.

Hacía falta más. Hacía falta observar el fenómeno de habitar en convivencia intensa: unos arriba de los otros.

Ya son muchos los fracasos documentados. Ya hay demasiada sociología teorizada y aplicada donde la arquitectura y el urbanismo incumplieron lo que prometieron. Ya sabemos todos que no se trata de agrupar por facilitar las ingenierías. Sabemos -porque aprendimos también- que las decisiones principales del diseño no deben caer exclusivamente en los dueños del capital financiero.

También asimilamos que la meta máxima de un conjunto habitacional debe ser crear comunidad, y que la arquitectura requiere muchos otros actores que los técnicos y estudiosos de la infraestructura o del comportamiento del dinero y sus rendimientos.

La vivienda colectiva exige nuevas oportunidades a partir de los dolorosos aprendizajes que dejó en sus primeras apariciones. Hoy tenemos más que claro que la huella de nuestras construcciones debe ser mínima con respecto a la superficie del planeta, y ello nos traslada a re-pensar la verticalidad.


En tiempos de optimismo y abundancia de empleo y oportunidades, las ciudades comenzaron a tratar a la vivienda colectiva como un artículo de consumo asequible para las nuevas familias.

En tiempos de optimismo y abundancia de empleo y oportunidades, las ciudades comenzaron a tratar a la vivienda colectiva como un artículo de consumo asequible para las nuevas familias.

Es evidente a razón de las obsesiones sobre producción que dejó la resaca de la era industrial, que el tiempo más valioso es el tiempo libre de las personas. Ese tiempo que se emplea para estar, solo o en compañía. Ese tiempo para ser libre.

Y ello nos traslada a re-inventar la simplificación del espacio y sus distancias, y la multi-funcionalidad de los equipamientos, desde lo público hasta lo privado.


La vivienda colectiva debe priorizar justamente eso: la colectividad.

La vivienda colectiva debe priorizar justamente eso: la colectividad.

Es posible entonces que nos estemos enfrentando a la más importante evolución de la vivienda, entendiéndose su nacimiento con la modernidad racionalista, pero llegando a este punto donde paradójicamente la tecnología se confronta con la imperiosa necesidad de humanizar el acto de habitar.

Alberto Sánchez López / Arquitecto & Partner STVX